Por
Russell Mariano
En
el transcurso del sexto siglo de haberse dado la colonización, que muchos
escritores ahora refieren como el inicio del saqueo y la explotación, hoy en
tiempo modernos, los pueblos originarios vivimos escenarios similares a los
descritos por los libros de historia que narran los sucesos de la conquista,
para el caso de México. Sin embargo, pareciera que el objetivo, de quienes
buscan el dominio de la riqueza en México, es dominar a través de la política
de la simulación para/con los pueblos originarios.
Externar
que la política orientada a la búsqueda de la justicia para nuestros pueblos es
simulada, representa un compromiso particular de quién lo señala por mostrar a
través del conocimiento empírico la veracidad de su hipótesis, y tiene en
contra, durante el proceso de su exposición, la estructura del Estado mismo.
Estado que ha reproducido sistemáticamente, en México, el pensamiento de
dominio, control y sometimiento a través de la fuerza para atender los
intereses del mercado. En otras palabras, tenemos un gobierno para los
capitales y no un gobierno del pueblo mismo como se enarbola a través del
concepto de la democracia, aunque en el discurso eso se busque hacernos creer.
El
pueblo de México es mancillado reiterativamente, la simulación de “gobernar
para todos” se recrudece cuando vemos los indicadores de desigualdad entre
nuestra población. La acumulación de la riqueza en poder de unos pocos es
producto de una política de mercado, que bajo el discurso de “libertad” pregona
“apertura” para todos, pero se desentiende de lo social, principalmente del
trabajador, y esto impulsan los gobiernos. Si obviamos en nuestro análisis esta
situación económica, estaremos entonces generando un escrito absurdo, como los
hay en cantidades, que por no generar controversia con el sistema político se
limitan a un análisis escueto del momento, y es ahí donde buscan encausarnos,
en la mediocridad.
La
situación de los pueblos étnicos en México es crítica, su organización se ve
continuamente amenazada por el institucionalismo del Estado mexicano, los
modelos de gobiernos de jerarquías arremeten contra la organización
comunitaria, y en circunstancias diversas, se aprovechan de su solidaridad,
cooperación y hermandad, cual minera que solo busca la extracción de un
mineral.
Delimitando
nuestro contexto, en el caso de Oaxaca, se cuentan con 417 municipios que
eligen a sus autoridades bajo la categoría de sistemas normativos internos.
Dicha categoría ha sido adscrita a través de las instituciones bajo el calor de
la agenda internacional del reconocimiento de los derechos de los pueblos
étnicos, es decir, se reconoce el principio pero no se analiza el contexto,
pues muchos de estos municipios representan el espacio ideal para la
reproducción de cacicazgos que se han vuelto un instrumento para someter a las
comunidades étnicas, prueba de ello lo hayamos en los casos donde las
comunidades, reconocidas como agencias municipales y de policías, demandan
exclusión por parte de la cabecera municipal.
Por
otra parte, retomando el proceso electoral pasado, en Oaxaca, tenemos tradición
en el reconocimiento de los procedimientos internos de los 417 municipios, sin
embargo, en la reciente redistritación política del Estado de Oaxaca, no se
reconocen distritos indígenas como sucedió en el acuerdo del 2005 del Instituto
Federal Electoral (hoy INE) donde se reconocen 28 distritos indígenas,
reconocer esta diferencia en Oaxaca representaría para los partidos políticos
un riesgo en sus cuotas de poder, en tanto no hubo disposición para ello, lo
que muestra una vez más que ha sido la resistencia y la lucha de los pueblos étnicos
lo que las mantiene vivas y no la visión seudo-demócrata de las instituciones.
En
este sentido, el día internacional de los pueblos indígenas nos marca una fecha
para conmemorar, y por qué habremos de conmemorar o quiénes han de conmemorar.
Quienes conmemoran son ellos, los otros, los no indígenas, y lo hacen para
cubrir una necesidad de apertura y sobriedad política, lo que hoy llaman
integración. En eso radica la política de simulación, pues en tanto se conmemoran
fechas, a la par, se concesionan tierras para extraer los minerales sin
importar la vida de quienes ahí habitan, se conmemora para olvidar que los
pueblos étnicos no tienen representación política en los parlamentos, y más que
simulación podríamos llamarle la política de la hipocresía.

